Me han preguntado mucho cómo, cuando y porqué me dio por empezar a surfear.
La verdad es que nunca pensé que fuera un deporte para mi (y viendo lo «bien» que se me da sigo pensando que no lo es), pero inexplicablemente este deporte tiene algo que te hacer seguir.
Supongo que en cada caso es diferente, pero en mi caso tiene mucho que ver la sensación de desafío y la sensación de conseguir superarte diariamente. Todo esto se une a la naturaleza y la fuerza del mar que consigue que por un momento te olvides de todo y solo te centres en una sola cosa. Nunca estarás tan relajado como después de una semana intensa de surf (relajado mentalmente, ya que tu cuerpo estará sufriendo por el ejercicio).
Lo cierto es que nunca me había interesado el surf como deporte, mayormente porque pensé que nunca iba a ser capaz de conseguir ponerme de pie en una tabla deslizándose por el mar. Pero por circunstancias de la vida un día me vi inscrita en un viaje de surf de 4 días con la asociación SurfRiders de Barcelona.
Fuimos en furgoneta (como verdaderos surfistas) de Barcelona a Barrika, un surfcamp en el País Vasco. Después de llegar a las 2 de la mañana (lloviendo por supuesto), nos despertamos a las 10 para estar listos para entrar en el agua a las 11.
A pesar de ser abril seguía lloviendo y casi no se alcanzaban los 13 grados de temperatura. Al ser la primera clase pensaba que no nos iba a dar tiempo de entrar en el agua esa mañana (casi estaba rezando para que fuera así), pero para mi sorpresa después de 20/30 minutos de calentamiento y de explicación de los básicos saltamos al agua. Ni que decir cabe que seguía lloviendo y que ¡el agua estaba congelada!
Después de la primera sesión no sólo no había conseguido ponerme de pie ni una sola vez si no que había sido arrastrada, empujada, tirada y machacada por las olas. Realmente sentía como si el mar me hubiese dado una paliza.
En el día había dos clases, por lo que todavía quedaba la clase de por la tarde. A la hora de comer se puso a granizar, y en ese momento es cuando me dije que no volvía al agua por la tarde. Después de comentárselo a mis compañeros me alentaron a seguir, bajo la convicción de que una vez que consiguiese ponerme de pie me iba a olvidar de todo el sufrimiento. Así que me armé de valor y volví al agua. Creo que la peor experiencia del surf es ponerse un neopreno mojado cuando fuera hace 10 grados, realmente tienes que disfrutar mucho en el agua para pasar esos 10 minutos de sufrimiento. Aún así lo hice y después del debido calentamiento salté al agua. El mar seguía estando bastante movido, pero mucho menos que por la mañana. Esa tarde fue la primera vez que me puse de pie en la tabla. Y el resto …es historia.

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